En la Capital Francesa, el Padre Claret fija su residencia
en el Colegio de San Luis de la calle Monceau. Allí ejercita su ministerio. Con
frecuencia se acerca al Santuario de Nuestra Señora de las Victorias, sede de
la Archicofradía del Inmaculado Corazón de María.
Seis meses después se anuncia oficialmente la apertura del “Concilio
Vaticano I”. Los Obispos de todo el mundo se ponen en camino hacia Roma. El
Padre Claret participa activamente en los trabajos conciliares. Su intervención
en pleno Concilio defendiendo la Infalibilidad Pontificia, ha pasado a la
Historia. El Padre Claret es el “Santo del Concilio Vaticano I”.
Llega el mes de mayo. En Roma es calor es agobiante. La salud
del Padre Claret está ya muy quebrantada. Un día se le declara un principio de
congestión cerebral. Los médicos le aconsejan un clima un poco más templado. El
enfermo escoge para su convalecencia la pequeña ciudad de Prades, junto a
Perpignan, en los Pirineos Orientales.
Allí están refugiados sus queridos Misioneros, que la Revolución ha
expulsado de España.
En aquel apacible rincón de Francia , con los aires del
Canigó y los amorosos cuidados de los Misioneros, su salud mejora
sensiblemente. De cuando en cuando da un corto paseo. Su mirada y su corazón
vuelan, con frecuencia, por encima de las montañas, hacia su querida España. No
se imagina el bondadoso Arzobispo que, en aquellos momentos, un horda de
revolucionarios atraviesa la frontera, para apoderarse de él.
El día 3 de Octubre, al amanecer, fuertes golpes resuenan en
la puerta del Convento de los Misioneros en Prades. Allí están los
revolucionario enemigos del Padre Claret. Alguien les ha revelado el retiro del
Arzobispo.
Avisado por un amigo, acaba de abandonar la Residencia y ha
marchado hacia un lugar desconocido. El Padre CLARET, abrumado por el peso de
los años y las fatigas misioneras, conserva la calma de siempre y ruega por sus
perseguidores. Las cosas de la Tierra le preocupan ya poco. ¿ Quién lo podría
conocer?... Viste una sotana negra y no lleva otro equipaje que el famoso
pañuelo de cuadros, de su época misionera.
El caballo lleva un trote menudo… Sólo el canto monótono de los grillos horada
el silencio de la campiña desierta. La luna llena de blancura, el camino
solitario. En los labios del Arzobispo florece constantemente un oración. De
repente el carruaje se para. El caballo ha topado con una sombría muralla de
granito…
- - ¿Dónde estamos?...
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