lunes, 14 de octubre de 2019

CAPÍTULO XVI

Reunida en la bahía de Cádiz, la escuadra de la Marina Española anuncia con veintiún cañonazos la proclamación de la República. La Reina Isabel II se ve obligada a refugiarse precipitadamente en Francia, Y llora amargamente mientras el tren la lleva camino del destierro. El Padre Claret acompaña hasta París a la Real Familia.

En la Capital Francesa, el Padre Claret fija su residencia en el Colegio de San Luis de la calle Monceau. Allí ejercita su ministerio. Con frecuencia se acerca al Santuario de Nuestra Señora de las Victorias, sede de la Archicofradía del Inmaculado Corazón de María.

Seis meses después se anuncia oficialmente la apertura del “Concilio Vaticano I”. Los Obispos de todo el mundo se ponen en camino hacia Roma. El Padre Claret participa activamente en los trabajos conciliares. Su intervención en pleno Concilio defendiendo la Infalibilidad Pontificia, ha pasado a la Historia. El Padre Claret es el “Santo del Concilio Vaticano I”.

Llega el mes de mayo. En Roma es calor es agobiante. La salud del Padre Claret está ya muy quebrantada. Un día se le declara un principio de congestión cerebral. Los médicos le aconsejan un clima un poco más templado. El enfermo escoge para su convalecencia la pequeña ciudad de Prades, junto a Perpignan, en los Pirineos Orientales.  Allí están refugiados sus queridos Misioneros, que la Revolución ha expulsado de España.

En aquel apacible rincón de Francia , con los aires del Canigó y los amorosos cuidados de los Misioneros, su salud mejora sensiblemente. De cuando en cuando da un corto paseo. Su mirada y su corazón vuelan, con frecuencia, por encima de las montañas, hacia su querida España. No se imagina el bondadoso Arzobispo que, en aquellos momentos, un horda de revolucionarios atraviesa la frontera, para apoderarse de él.
El día 3 de Octubre, al amanecer, fuertes golpes resuenan en la puerta del Convento de los Misioneros en Prades. Allí están los revolucionario enemigos del Padre Claret. Alguien les ha revelado el retiro del Arzobispo.

Avisado por un amigo, acaba de abandonar la Residencia y ha marchado hacia un lugar desconocido. El Padre CLARET, abrumado por el peso de los años y las fatigas misioneras, conserva la calma de siempre y ruega por sus perseguidores. Las cosas de la Tierra le preocupan ya poco. ¿ Quién lo podría conocer?... Viste una sotana negra y no lleva otro equipaje que el famoso pañuelo de cuadros, de su época misionera.

El caballo lleva un trote menudo…  Sólo el canto monótono de los grillos horada el silencio de la campiña desierta. La luna llena de blancura, el camino solitario. En los labios del Arzobispo florece constantemente un oración. De repente el carruaje se para. El caballo ha topado con una sombría muralla de granito…
-        -   ¿Dónde estamos?...


No hay comentarios: