lunes, 17 de septiembre de 2007

CAPÍTULO XII

Digitalizado por Rosario Toso y Amparo Nazar

El Arzobispo da comienzo a sus tareas apostólicas yendo en peregrinación al Santuario de Nuestra Señora de la Caridad, en la ciudad de Cobre, no lejos de Santiago. En medio de un anfiteatro de altas montañas, en el corazón mismo de Sierra Maestra, el fervor del pueblo cubano levantó el magnífico Santuario. El Padre Claret celebra allí la Santa Misa y consagra a la Virgen su difícil ministerio

Y comienza predicando una Misión General en la ciudad de Santiago, que es la capital de su Diócesis. Durante cuarenta días predica sin descanso. Es una Misión larga por su duración, y eficacísima por sus abundantes frutos espirituales, que dejará gratísimo recuerdo en el ánimo del Arzobispo Misionero. “Era maravilloso – dice – ver juntos escuchando la palabra de Dios, al rico colono y al sencillo trabajador; a la noble dama y a la humilde criada, hermanados en la verdadera caridad”.

La gente está asombrada. Pero crece aún más su admiración cuando ven al Arzobispo en persona ir de casa en casa visitando los enfermos. Para él todos son iguales. Lo mismo entra en la casa del rico que la choza del pobre campesino. No se contenta con predicar en la iglesia, visita también los hospitales y las cárceles.

Terminada la Misión en la Capital, se dispone a recorrer todos y cada uno de los pueblos de su Diócesis. Para ayudarle a la empresa, escoge un equipo de celosos Misioneros. Hoy cabalga escuchando la canción de la brisa. Mañana caminará frente a los embates del huracán que silba en la Sierra de las Cuchillas, a 1.500 metros de altura. Sus labios murmuran sin cesar esta plegaria: “¡Señor, dadme almas… Lo demás, que importa ! … “

¿Le sorprende la noche?... Acampa junto a un árbol, bajo las estrellas. La vida del Misionero es así, a la mañana siguiente, hacia las 4 de la madrugada ya está de rodillas, rezando. Tras algunos preparativos se pone de nuevo en camino, con su equipo de Misioneros, atravesando montes y llanuras, declives y barrancos.

Un día, fatigados por el largo camino, descansan un poco. Es hora de comer. El Arzobispo y sus Misioneros recogen leña y se disponen a preparar la comida. Cuando menos lo piensan, la cacerola se ha volcado sobre las brazas. Paciencia. El percance le sirve de entretenida conversación.

En cuanto llegan a una parroquia, se entregan a un trabajo agotador de evangelización. La Misión suele durar 15 o 20 días, según lo requieren las necesidades. Comienzan por preparar a los niños para la Comunión y Confirmación.

El Padre Claret tiene un espíritu práctico. Funda en todas las parroquias instituciones religiosas y sociales para niños y para mayores. “Hay que arrancar a los jóvenes – dice -, del abandono y de la ociosidad. Hay que hacer de ellos ciudadanos honrados y buenos cristianos”. Y no vacila en gastar cuantiosas sumas en fundar Escuelas Técnicas y Agrícolas.

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