Digitalizado por Rosario Toso y Amparo Nazar
El Arzobispo da comienzo a sus tareas apostólicas yendo en peregrinación al Santuario de Nuestra Señora de la Caridad, en la ciudad de Cobre, no lejos de Santiago. En medio de un anfiteatro de altas montañas, en el corazón mismo de Sierra Maestra, el fervor del pueblo cubano levantó el magnífico Santuario. El Padre Claret celebra allí la Santa Misa y consagra a la Virgen su difícil ministerio
Y comienza predicando una Misión General en la ciudad de Santiago, que es la capital de su Diócesis. Durante cuarenta días predica sin descanso. Es una Misión larga por su duración, y eficacísima por sus abundantes frutos espirituales, que dejará gratísimo recuerdo en el ánimo del Arzobispo Misionero. “Era maravilloso – dice – ver juntos escuchando la palabra de Dios, al rico colono y al sencillo trabajador; a la noble dama y a la humilde criada, hermanados en la verdadera caridad”.
La gente está asombrada. Pero crece aún más su admiración cuando ven al Arzobispo en persona ir de casa en casa visitando los enfermos. Para él todos son iguales. Lo mismo entra en la casa del rico que la choza del pobre campesino. No se contenta con predicar en la iglesia, visita también los hospitales y las cárceles.
Terminada la Misión en la Capital, se dispone a recorrer todos y cada uno de los pueblos de su Diócesis. Para ayudarle a la empresa, escoge un equipo de celosos Misioneros. Hoy cabalga escuchando la canción de la brisa. Mañana caminará frente a los embates del huracán que silba en la Sierra de las Cuchillas, a 1.500 metros de altura. Sus labios murmuran sin cesar esta plegaria: “¡Señor, dadme almas… Lo demás, que importa ! … “
¿Le sorprende la noche?... Acampa junto a un árbol, bajo las estrellas. La vida del Misionero es así, a la mañana siguiente, hacia las 4 de la madrugada ya está de rodillas, rezando. Tras algunos preparativos se pone de nuevo en camino, con su equipo de Misioneros, atravesando montes y llanuras, declives y barrancos.
Un día, fatigados por el largo camino, descansan un poco. Es hora de comer. El Arzobispo y sus Misioneros recogen leña y se disponen a preparar la comida. Cuando menos lo piensan, la cacerola se ha volcado sobre las brazas. Paciencia. El percance le sirve de entretenida conversación.
En cuanto llegan a una parroquia, se entregan a un trabajo agotador de evangelización. La Misión suele durar 15 o 20 días, según lo requieren las necesidades. Comienzan por preparar a los niños para la Comunión y Confirmación.
El Padre Claret tiene un espíritu práctico. Funda en todas las parroquias instituciones religiosas y sociales para niños y para mayores. “Hay que arrancar a los jóvenes – dice -, del abandono y de la ociosidad. Hay que hacer de ellos ciudadanos honrados y buenos cristianos”. Y no vacila en gastar cuantiosas sumas en fundar Escuelas Técnicas y Agrícolas.
lunes, 17 de septiembre de 2007
CAPÍTULO XI
Digitalizado por Lucía García y Josefina Silvano
martes, 4 de septiembre de 2007
CAPÍTULO X
Digitalizado por Carmen Farrando y Emilia Wittenstein
No es extraño, pues, que una vez terminada la Misión, las gentes agradecidas salgan a despedirle varias horas de camino. Son escenas emocionantes. Con frecuencia, desde balcones y ventanas arrojan a su paso una lluvia de pétalos de rosas. Y hay ocasiones en que tiene que intervenir la fuerza pública para protegerle del desmedido afecto de la multitud.
Muchas veces los guardias se ven desbordados por la fuerza masiva y clamorosa de la gente. Para evitar atropellos recurren a una estratagema muy curiosa: con cuatro tablones forman un cuadrado sostenido por hombres corpulentos. En el centro de esta fortaleza improvisada avanza el Padre Claret. Con los ojos bajos y humildes el Misionero prosigue su oración entre las aclamaciones y salvas de la multitud.
Aquellos buenos canarios hubieran deseado que el PADRITO se quedara para siempre con ellos. Por su parte el Padre Claret les habría cobrado un gran cariño. Llego a decir: « Estos canarios me han robado el corazón». Pero después de quince meses de incomparable apostolado en el Archipiélago, recibió orden de regresar a Cataluña. Dejaba en pos de sí, una siembra maravillosa que habría de dar abundantes frutos de bendición.
No es extraño, pues, que una vez terminada la Misión, las gentes agradecidas salgan a despedirle varias horas de camino. Son escenas emocionantes. Con frecuencia, desde balcones y ventanas arrojan a su paso una lluvia de pétalos de rosas. Y hay ocasiones en que tiene que intervenir la fuerza pública para protegerle del desmedido afecto de la multitud.
Muchas veces los guardias se ven desbordados por la fuerza masiva y clamorosa de la gente. Para evitar atropellos recurren a una estratagema muy curiosa: con cuatro tablones forman un cuadrado sostenido por hombres corpulentos. En el centro de esta fortaleza improvisada avanza el Padre Claret. Con los ojos bajos y humildes el Misionero prosigue su oración entre las aclamaciones y salvas de la multitud.
Aquellos buenos canarios hubieran deseado que el PADRITO se quedara para siempre con ellos. Por su parte el Padre Claret les habría cobrado un gran cariño. Llego a decir: « Estos canarios me han robado el corazón». Pero después de quince meses de incomparable apostolado en el Archipiélago, recibió orden de regresar a Cataluña. Dejaba en pos de sí, una siembra maravillosa que habría de dar abundantes frutos de bendición.
Zarpa desde Las Palmas a fines de mayo de 1849. La niebla del Océano comienza a ocultar las orillas de Lanzarote, ultima isla evangelizadora. Sobre cubierta, de cara al archipiélago, el P. Claret invoca la protección de Dios sobre todos los habitantes de aquellas islas afortunadas. Una semana después desembarca en el puerto de Tarragona.
Cuando le consultan sobre el modo mejor de emplear ciertas cantidades de dinero, responde siempre invariablemente: “ayude a la prensa católica…Hacen falta muchos libros buenos. Un buen libro puede hacer un bien inmenso”… Todo el dinero que se le ofrece lo consagra a propagar la prensa católica. Y con el fin de lograrlo funda la LIBRERÍA RELIGIOSA, que en los nueve primeros años de funcionamiento había impreso y difundido más de diez millones de libros y folletos.
Sin embargo, la Obra de más relieve que lleva a cabo el Padre CLARET es la fundación de la CONGREGACIÓN DE MISIONEROS HIJOS DEL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA. Desde hace muchos años esta obsesionado por la idea de perpetuar su labor de Misionero. Se da cuenta de que es un hombre mortal y que a pesar de su celo desbordante, no puede llegar a todo. Por eso, confiando en la Providencia de Dios, decide poner en práctica su íntimo deseo.
Fecha gloriosa y memorable es el 16 de julio de 1849. El Padre Claret se encuentra en una modesta celda del Seminario de Vich, con cinco sacerdotes intrépidos, que se entregan con entusiasmo a su proyecto. Después de haber puesto el nuevo instituto bajo la protección especial de la Reina de los Apóstoles, el Padre CLARET dice a sus compañeros con palabra profética: “Hoy comenzamos una gran obra…“
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