jueves, 7 de junio de 2007

CAPÍTULO II

Digitalizado por Paula André y María Palma
Un día recibe en el Catecismo, como premio, un librito titulado “El Buen Día y La Buena Noche”. Es un compendio de buenos consejos para cada momento de la jornada. La lectura de este libro influyó, sin duda, en el despertar de su vocación.




Más de una vez Antonio le dice a su madre que le gustaría ser Sacerdote. Su madre le anima: “No te preocupes por el dinero, hijo mío. Dios nos ayudará”. Y ruega con toda su alma al Señor para que llegue a realizarse el deseo de su hijo.




Providencialmente hay en la villa de Sallent un santo Sacerdote: Don RIERA. Sus muchos años le impiden dedicarse de lleno al ministerio parroquial y pasa sus jornadas en casa, atendiendo a los muchachos que quieren estudiar latín. Ante los reiterados deseos de Antonio, su madre lo presenta al bondadoso Sacerdote. Todas las tardes, al regresar de la escuela, el nuevo alumno toma su gramática latina y marcha satisfecho a escuchar las explicaciones de Don Riera.

Por desgracia, al año siguiente, minado por los años y las fatigas, muere don Riera. Antonio no ha podido aprovecharse bastante de aquel curso complementario de latín. Con tal contratiempo, el señor Claret decide que su hijo comience a trabajar en su propia fábrica, para irle iniciando en la industria textil.








Ahí está, en pleno trabajo, a las órdenes de un obrero experto. Su lanzadera pasa y vuelve a pasar entre los hilos, sin descanso. El tejido va adelantado, hermoso y sólido. Al cabo de muy poco tiempo, gracias a su habilidad y destreza, es ya un técnico textil. Y mientras el latín se va borrando de su memoria, Antonio cobra afición a su nueva tarea.


Antonio ha cumplido diecisiete años. Su padre no duda en confiarle la supervisión de todos los telares de la fábrica. Muy pronto, consciente del talento y de la competencia de su hijo, decide enviarle a Barcelona para hacerle seguir unos cursos de perfeccionamiento en la industria textil.
En Barcelona, Antonio se matricula en la escuela Comercial de La Lonja. El nuevo alumno sabrá aprovechar la ocasión que se le brinda para perfeccionarse. Es un joven ambicioso que se ha propuesto llegar a ser un gran industrial. Con el fin de no limitar sus estudios a lo meramente teórico, se coloca como dibujante y técnico en una gran fábrica de tejidos de la ciudad.


Al cabo de algún tiempo le proponen participar en la Sociedad de un importante complejo textil, cuya dirección técnica le había de ser confiada. Esto le anima enormemente. Llega a apoderarse de él, no ya el deseo, sino una verdadera pasión. De día y de noche gasta sus horas imaginando nuevos cañamazos, nuevos modelos, y procedimientos revolucionarios.
Continuará...

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