martes, 30 de octubre de 2007

CAPÍTULO XIV

Digitalizado por Paula Castillo y Magdalena Videla (alumnas de 5to. EGB)

Sin embargo, no todo son triunfos y aclamaciones. La envidia y el odio se levantan contra el Arzobispo. Y le persiguen de mil maneras. Un día se enteran sus enemigos de que el Padre Claret piensa pasar la noche en un rancho aislado en pleno campo. Amparados por las sombras le prenden fuego. Por fortuna, el Arzobispo no está allí. Movido por una repentina inspiración, a última hora, decidió proseguir el viaje.

A pesar del fracaso, el enemigo no se da por vencido. En la iglesia de la ciudad de Holguín, la multitud escucha la predicación del Arzobispo. Al terminar la función, la gente se agolpa para besarle el anillo y recibir su bendición. Un desconocido, de aspecto sospechoso, se desliza entre la gente y llega hasta el Padre Claret. También él hace ademán de querer, besarle el anillo.

Pero, de repente, blande una navaja y le tira un golpe a la garganta. El Arzobispo apenas tiene tiempo de echar hacia atrás la cabeza y desviar el golpe, protegiéndose con la mano. La herida le ha desgarrado la cara profundamente, desde la oreja hasta la barba. La sangre brota a borbotones. El Arzobispo, más que de sí mismo, se preocupa de librar al asesino del furor de las gentes. Y agotado por la abundante hemorragia, cae desvanecido.

Tras un mes de convalecencia, el Padre Claret vuelve de nuevo a su trabajo. Los médicos le aconsejan en vano que no se fatigue. El Padre Claret les responde con una amable sonrisa: - “No se preocupen; yo soy como un perro, que apenas corre un poco saca la lengua, pero no se fatiga nunca.”

Sin tregua ni descanso, el Padre Claret, acompañado de sus misioneros, recorre misionando todas las parroquias de su Diócesis. Va dejando en pos de sí un reguero de propaganda. En un año ha distribuido gratuitamente más de 80.000 libros; 100.000 imágenes y estampas; 50.000 rosarios. Al cabo de unos años el cambio de costumbres en la isla ha sido tan sorprendente que con toda verdad se puede afirmar que Cuba es “ la Perla de las Antillas”.

Sin embargo, la Obra más importante que lleva a cabo el Padre Claret en Cuba, es la fundación del “Instituto de Religiosas de María Inmaculada para la Enseñanza”. Como su nombre lo indica, se dedican especialmente al apostolado de la enseñanza y a la formación cristiana de las jóvenes. Al frente coloca como Superiora a la Madre Antonia PARÍS.

Después de 6 años de estancia en Cuba, en los que no ha cesado de trabajar incansablemente, el Padre Claret recibe un mensaje del Nuncio de Su Santidad, rogándole que regrese a Madrid. Ha sido nombrado Confesor de la Reina Isabel II. La noticia produce verdadera consternación en toda la isla.

Llegado a Madrid, comienza las tareas de su nuevo y difícil cargo, con el celo y la discreción que le caracterizan. ”Este es el confesor que yo esperaba”, exclama la Reina. El Padre Claret no va a Palacio más que para cumplir estrictamente las obligaciones de su cargo: confesar a la Reina y dar Catecismo a los Infantes. Fuera de esas ocupaciones indispensables y de algunos actos solemnes que exigen la presencia de todos los altos dignatarios de la Corte, jamás se ve al Padre Claret en los regios salones.

domingo, 7 de octubre de 2007

CAPÍTULO XIII

Digitalizado por Florencia Gandía y Josefina Garignani

Organiza en todas a parroquias la CAJA DE AHORROS. El mismo redacta el reglamento. Funda ASILOS, que sean el refugio de lo ancianos pobres. Es sorprendente el cambio que logra con aquellos métodos, el Padre Claret. El gobierno español le manifiesta oficialmente su admiración y gratitud.

El Padre Claret levanta enérgicamente su voz para protestar contra los abusos, discriminaciones, y malos tratos que son objeto, a veces, las gentes de color. Un día reprende a un rico propietario que mal trataba a los pobres negros que trabajaban en su hacienda. Viendo que aquel hombre no esta dispuesto a cambiar de conducta, el Arzobispo intenta darle una lección.

Toma dos trozos de papel, uno blanco y otro negro. Les prende fuego, y pulveriza las cenizas en la palma de su mano. “Señor, - le dice al propietario, un poco desconcertado por lo que esta viendo - ¿Me podría decir que diferencia hay entre las cenizas de estos dos papeles?...Pues mire, ante Dios todos somos iguales. Para Él no hay ni blanco ni negro. Lo que importa no es el color de la piel, sino el color del alma…”

Más de una vez durante sus sermones, deja escapar esta predicción: “Muy pronto vendrán grandes terremotos que dejaran al país desolado. Dios se porta con nosotros como una madre con sus hijos perezosos que no quieren levantarse de la cama, a tiempo…Para impedir que sigamos durmiendo y sacarnos de nuestra pereza espiritual, nos va a sacudir violentamente…”

No mucho tiempo después, fuertes terremotos sacuden toda la isla. El agudo instinto de los animales, lo predice y señala. Los caballos se quedan como clavados en tierra sin que valga el látigo, ni la espuela para hacerles dar un paso. Los perros ladran siniestramente. Los pájaros, inquietos y asustados, lanzan al airea sus gritos penetrantes. De pronto se oye el fragor subterráneo.

La tierra tiembla y se resquebraja sacudida por el ímpetu brutal del terremoto. Se desploman la casa. Las gentes huyen despavoridas. La Catedral de Santiago queda también devastada. Solo se ven montones de escombros. Todo es desolación.

En medio del cataclismo, el Arzobispo regresa inmediatamente a Santiago. Todos saben que cuando el toca la tierra con su mano, se calma repentinamente el temblor. Pero apenas cesa el terremoto, otro azote, mucho mas terrible se abate sobre la isla: el cólera… Los hospitales se llenan de enfermos. El Arzobispo recorre las salas desde la mañana a la noche confortando y auxiliando a los moribundos.

Testigo de semejante heroísmo, todo el pueblo de Cuba proclama unánimemente las virtudes y la santidad de su Arzobispo. Y así, apenas circulaba el rumor de la llegada del Padre Claret, levantan a la entrada de los pueblos arcos de triunfo para recibirlo. Las autoridades, con una escolta de numerosos jinetes, salen a su encuentro a muchos kilómetros de distancia, para acompañar al Arzobispo en su entrada triunfal.

lunes, 17 de septiembre de 2007

CAPÍTULO XII

Digitalizado por Rosario Toso y Amparo Nazar

El Arzobispo da comienzo a sus tareas apostólicas yendo en peregrinación al Santuario de Nuestra Señora de la Caridad, en la ciudad de Cobre, no lejos de Santiago. En medio de un anfiteatro de altas montañas, en el corazón mismo de Sierra Maestra, el fervor del pueblo cubano levantó el magnífico Santuario. El Padre Claret celebra allí la Santa Misa y consagra a la Virgen su difícil ministerio

Y comienza predicando una Misión General en la ciudad de Santiago, que es la capital de su Diócesis. Durante cuarenta días predica sin descanso. Es una Misión larga por su duración, y eficacísima por sus abundantes frutos espirituales, que dejará gratísimo recuerdo en el ánimo del Arzobispo Misionero. “Era maravilloso – dice – ver juntos escuchando la palabra de Dios, al rico colono y al sencillo trabajador; a la noble dama y a la humilde criada, hermanados en la verdadera caridad”.

La gente está asombrada. Pero crece aún más su admiración cuando ven al Arzobispo en persona ir de casa en casa visitando los enfermos. Para él todos son iguales. Lo mismo entra en la casa del rico que la choza del pobre campesino. No se contenta con predicar en la iglesia, visita también los hospitales y las cárceles.

Terminada la Misión en la Capital, se dispone a recorrer todos y cada uno de los pueblos de su Diócesis. Para ayudarle a la empresa, escoge un equipo de celosos Misioneros. Hoy cabalga escuchando la canción de la brisa. Mañana caminará frente a los embates del huracán que silba en la Sierra de las Cuchillas, a 1.500 metros de altura. Sus labios murmuran sin cesar esta plegaria: “¡Señor, dadme almas… Lo demás, que importa ! … “

¿Le sorprende la noche?... Acampa junto a un árbol, bajo las estrellas. La vida del Misionero es así, a la mañana siguiente, hacia las 4 de la madrugada ya está de rodillas, rezando. Tras algunos preparativos se pone de nuevo en camino, con su equipo de Misioneros, atravesando montes y llanuras, declives y barrancos.

Un día, fatigados por el largo camino, descansan un poco. Es hora de comer. El Arzobispo y sus Misioneros recogen leña y se disponen a preparar la comida. Cuando menos lo piensan, la cacerola se ha volcado sobre las brazas. Paciencia. El percance le sirve de entretenida conversación.

En cuanto llegan a una parroquia, se entregan a un trabajo agotador de evangelización. La Misión suele durar 15 o 20 días, según lo requieren las necesidades. Comienzan por preparar a los niños para la Comunión y Confirmación.

El Padre Claret tiene un espíritu práctico. Funda en todas las parroquias instituciones religiosas y sociales para niños y para mayores. “Hay que arrancar a los jóvenes – dice -, del abandono y de la ociosidad. Hay que hacer de ellos ciudadanos honrados y buenos cristianos”. Y no vacila en gastar cuantiosas sumas en fundar Escuelas Técnicas y Agrícolas.

CAPÍTULO XI

Digitalizado por Lucía García y Josefina Silvano

El 6 de octubre de 1850 recibe la consagración episcopal en la catedral de Vich. Don Fortunato, asiste a la ceremonia, gozoso y conmovido. En esta ocasión solemne el Padre Claret añade a su nombre de Antonio, el de María. Quiere demostrar, una vez más, el inmenso amor que profesaba a la Virgen. Y así pasará a la Historia: San Antonio María Claret…

El 28 de Diciembre, es el día de la partida para Cuba. En compañía de varios sacerdotes y religiosas, Monseñor Claret sube a bordo del “Nueva Teresa Cubana”. Los muelles del puerto de Barcelona hierven de gentes venidas de toda Cataluña para despedirle. Cuando el barco comienza a alejarse, la multitud cae de rodillas para recibir la bendición del “Arzobispado Misionero”.

En el barco, el Padre Claret establece una verdadera comunidad parroquial. A la caída de la tarde se reza el Rosario. Y se termina siempre con el canto del Trisagio: Santo Dios… Santo Fuerte… Santo Inmortal… Líbranos, Señor, de todo mal. Y mientras el balanceo del barco acuna a los pasajeros, el soplo de la brisa prolonga el eco de sus cánticos por el inmenso mar.

Durante la travesía, el celo apostólico del Arzobispo le lleva a predicar una Misión a la tripulación y a los pasajeros del “Nueva Teresa Cubana”. Todos escuchan conmovidos las exhortaciones del Misionero. Y todos guardarán de aquella Misión uno de los más gratos recuerdos de su vida.

El 16 de Febrero por la mañana, ya se ve en la lejanía la Isla de Cuba. El Padre Claret invita a los pasajeros a cantar la “Salve Regina”, en acción de gracia por la feliz travesía. A mediodía el barco hace su entrada en la Bahía de Santiago. Toda la ciudad acude a recibir en triunfo a su Arzobispo. Acompañada de un magnífico cortejo, el Padre Claret se dirige a la Catedral y toma posesión de su Diócesis.

Cuba es la más grande de las Antillas. Estrecha y larga, tendida en el mar Caribe, parece un cocodrilo tostándose al sol. Con frecuencia es azotada por los huracanes y las marejadas. Su vegetación es sumamente rica y vigorosa. Entre sus productos de universal renombre, destacan el tabaco y la caña de azúcar.

Aves de vistoso plumaje vuelan entre palmeras reales de blancos y pulidos troncos, que balancean sus penachos bajo un cielo esplendoroso. El buen campesino cubano, sentado a la puerta de su choza, canta el amor de su tierra, al son de la guitarra. Entre tonadas cargadas de melancolía, repite una y otra vez: “…Cuba, Jardín de flores!...”

Ya en su primer viaje, Cristóbal Colón arribó a la Isla habitada por tribus de indios caribes. Hoy, la población es cosmopolita e indefinible. Esta mezcla de razas y culturas supone un grave problema para la evangelización. Pero, Monseñor CLARET posee un temperamento que no se arredra ante las dificultades y los obstáculos.

martes, 4 de septiembre de 2007

CAPÍTULO X

Digitalizado por Carmen Farrando y Emilia Wittenstein

No es extraño, pues, que una vez terminada la Misión, las gentes agradecidas salgan a despedirle varias horas de camino. Son escenas emocionantes. Con frecuencia, desde balcones y ventanas arrojan a su paso una lluvia de pétalos de rosas. Y hay ocasiones en que tiene que intervenir la fuerza pública para protegerle del desmedido afecto de la multitud.

Muchas veces los guardias se ven desbordados por la fuerza masiva y clamorosa de la gente. Para evitar atropellos recurren a una estratagema muy curiosa: con cuatro tablones forman un cuadrado sostenido por hombres corpulentos. En el centro de esta fortaleza improvisada avanza el Padre Claret. Con los ojos bajos y humildes el Misionero prosigue su oración entre las aclamaciones y salvas de la multitud.

Aquellos buenos canarios hubieran deseado que el PADRITO se quedara para siempre con ellos. Por su parte el Padre Claret les habría cobrado un gran cariño. Llego a decir: « Estos canarios me han robado el corazón». Pero después de quince meses de incomparable apostolado en el Archipiélago, recibió orden de regresar a Cataluña. Dejaba en pos de sí, una siembra maravillosa que habría de dar abundantes frutos de bendición.


Zarpa desde Las Palmas a fines de mayo de 1849. La niebla del Océano comienza a ocultar las orillas de Lanzarote, ultima isla evangelizadora. Sobre cubierta, de cara al archipiélago, el P. Claret invoca la protección de Dios sobre todos los habitantes de aquellas islas afortunadas. Una semana después desembarca en el puerto de Tarragona.


Cuando le consultan sobre el modo mejor de emplear ciertas cantidades de dinero, responde siempre invariablemente: “ayude a la prensa católica…Hacen falta muchos libros buenos. Un buen libro puede hacer un bien inmenso”… Todo el dinero que se le ofrece lo consagra a propagar la prensa católica. Y con el fin de lograrlo funda la LIBRERÍA RELIGIOSA, que en los nueve primeros años de funcionamiento había impreso y difundido más de diez millones de libros y folletos.

Sin embargo, la Obra de más relieve que lleva a cabo el Padre CLARET es la fundación de la CONGREGACIÓN DE MISIONEROS HIJOS DEL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA. Desde hace muchos años esta obsesionado por la idea de perpetuar su labor de Misionero. Se da cuenta de que es un hombre mortal y que a pesar de su celo desbordante, no puede llegar a todo. Por eso, confiando en la Providencia de Dios, decide poner en práctica su íntimo deseo.

Fecha gloriosa y memorable es el 16 de julio de 1849. El Padre Claret se encuentra en una modesta celda del Seminario de Vich, con cinco sacerdotes intrépidos, que se entregan con entusiasmo a su proyecto. Después de haber puesto el nuevo instituto bajo la protección especial de la Reina de los Apóstoles, el Padre CLARET dice a sus compañeros con palabra profética: “Hoy comenzamos una gran obra…“

Un mes más tarde, el Padre Claret es llamado por el señor Obispo de Vich. Le entrega dos cartas: una del Nuncio de Su Santidad, y la otra, del Ministro de Su Majestad la Reina de España. Le nombran “Arzobispo de Santiago de Cuba”. A pesar de sus reiteradas renuncias, se ve obligado a aceptar.

miércoles, 22 de agosto de 2007

CAPÍTULO IX


Por Florencia Vargas y María Palma
El viajero encuentra en estas islas, volcanes adormecidos. Las montañas son extremadamente accidentadas y separadas entre sí en profundos barrancos. Pero según se sube hacia las cumbres, la temperatura resulta fresca y hasta permite gozar por todas partes de una eterna primavera. Los antiguos las llamaron con gracia y acierto, “Islas Afortunadas”.
Apenas llega a Canarias, el Padre Claret organiza una misión en LAS PALMAS, centro vital del archipiélago. Al mismo tiempo que el Misionero, llega también a la ciudad un circo gigante. Mientras las campanas de la Catedral de Las Palmas llaman a la Santa Misión, los “clowns” invitan a “grandes y pequeños” al espectáculo “nunca visto”. A pesar de todo, el Circo fracasa y la Misión alcanza un éxito triunfal.
Después de la Misión de LAS PALMAS, el Padre Claret emprende la predicación por todo el archipiélago a ritmo acelerado. Viaja a pie como en Cataluña. Puede uno imaginarse la cantidad de sacrificios de este intrépido Misionero caminando por aquellas montañas escarpadas, bajo un sol caliente e implacable.
Y como siempre, florecen los prodigios a su paso. En cierta ocasión el Padre Claret, interrumpe de pronto el sermón, para decir: “Hermanos, se encuentra entre nosotros una madre de familia que ha dejado en casa a su hijo dormido junto al brasero. Que vaya corriendo porque su hijo corre peligro de morir abrasado”. Una mujer sale precipitadamente de la iglesia y llega a tiempo de salvar a su pequeño cuya cuna empezaba a ser pasto de las llamas.
Una sequía persistente reina durante varios meses en la región de TELDE. En esta situación angustiosa llega el Padre Claret. – “Ya se que estáis atribulados por esta sequía prolongada que se ensaña contra vosotros. Pero tened confianza en Dios, que no tardará en llover.” Aún no había pasado una hora cuando el viento se puso a soplar con violencia y unas nubes espesas que se amontonan en el cielo traen la lluvia benéfica tanto tiempo deseada.

Cierto día por aliviar la marcha a un religioso, compañero suyo, condescendió a montar sobre un camello. Cuando los vio llegar, la gente se miró decepcionada: “¡Volvamos a casa! No es el Padre Claret ninguno de éstos, pues el siempre hace los viajes a pie”. Aquellas buenas gentes no sospechaban que el “Padrito Misionero”, en tal circunstancia, prefería la caridad al sacrificio. Pronto, sin embargo, se percataron del hecho.

-“¡Fuego! ¡Fuego!, grita un desconocido entrando jadeante en la Iglesia. ¡Hay un incendio en el pueblo!” Pero el Padre Claret adivina ser una trampa del diablo y tranquiliza a la gente: -“Tended calma, que no es verdad. Que uno de vosotros vaya a localizar el incendio y luego iremos todos a apagarlo. Pero yo os aseguro que no será necesario.” El fuego no apareció por ninguna parte.

Una vez predica en la plaza a la muchedumbre, pues el templo resulta demasiado pequeño. De repente, lanzados por una mano invisible, todos los faroles caen al suelo. La gente se asusta. Pero el Misionero, dominando el tumulto con su voz, les asegura: -“No os mováis. Todo lo que os estoy diciendo en el sermón es tan verdadero, como que ningún de los faroles se ha roto al caer”. Todos pudieron comprobarlo.

martes, 7 de agosto de 2007

CAPÍTULO VIII

Digitalizado por Carolina Blazquez y Florencia Herrera

En un pueblo de la provincia de Tarragona, el Misionero sube al púlpito y comienza el sermón. De repente una naranja podrida se estrella junto al predicador. El Padre Claret, sin inmutarse, prosigue su sermón. Acabada la función religiosa, la iglesia queda vacía y el sacristán se dispone a cerrar la puerta. En la penumbra descubre a un joven que está sentado en un banco. Es el descarado que ha arrojado la naranja. ¡Una fuerza extraña le impide levantarse! El sacristán le tira del brazo. Es inútil. Pesa como el plomo.

Avisa al Padre Claret. “Dígale –ordena el Misionero- que se vaya, pero que mañana por la mañana lo espero en el confesionario”. Sólo entonces puede levantarse. Al día siguiente, vuelve a la Iglesia.

Al final de una misión, en el año 1840, el Padre Claret sube a la alta cumbre del Matagalls (1700 metros), acompañado de valientes y fervorosos leñadores. Allá arriba, corona la montaña con la Cruz del Salvador. Para el campesino que trabajaba en la llanura, para el pastor, para el viajero, será siempre una viva llamada y un perenne recuerdo.


Para ser más eficaz su apostolado el Padre Claret propaga intensamente la devoción a la Santísima Virgen. Recomienda con insistencia el rezo del Rosario en familia. Establece por donde pasa, la Archicofradía del Inmaculado Corazón de María. Y con la bendición de tan poderosa Intercesora logra las más sorprendentes conversiones.

En una ciudad están presos cuatro criminales. Han sido condenados a muerte y rehúsan obstinadamente los auxilios de la religión. El Padre Claret les hace una visita. La bondad del misionero les impresiona. Les da, como recuerdo, una medalla de la Virgen. Tres de los reos piden confesarse. El otro permanece en su obstinación.

- “¡No. No me quiero confesar! ... No quiero perdonar a mi madre. Ella es la responsable de todas mis desgracias. Si me hubiera corregido a tiempo no hubiera llegado nunca a donde he llegado”. Entristecido ante aquella declaración, el Padre Claret cae de rodillas, y le dice: -“Hijo mío, en nombre de la Madre del cielo, perdona a tu madre de la tierra”. Y ora fervorosamente. Al poco rato, el desgraciado se deshace en lágrimas y, arrepentido, pide la absolución.

Lo que más admira en la vida del Padre Claret son las continuas privaciones y austeras penitencias. De ordinario no usa la cama para dormir, sino que pasa gran parte de la noche entregado a la oración y al estudio. No acostumbraba comer carne ni beber vino.

La popularidad del Padre Claret atraviesa pronto las fronteras de Cataluña. Fue el Obispo de las Islas Canarias quién le llamó a misionar todos los pueblos de su extensa diócesis.
Las Canarias constituyen un grupo de siete islas enmarcadas en el Océano Atlántico, al Sudoeste de Marruecos. Este archipiélago forma parte de las 54 provincias españolas.

martes, 31 de julio de 2007

CAPÍTULO VII

Digitalizado por María Paz Barranco y Pilar Galarraga

Nada le detiene: ni la lluvia, ni el calor, ni las dificultades del camino…Viaja a pie; lleva únicamente un hatillo en una mano y el Rosario en la otra. Para orientarse, lleva un mapa de Cataluña con el cual mide las distancias y prevé los ratos de descanso.

Con frecuencia se detiene en el camino para charlar con un campesino que trabaja sus tierras o con algún pastor que apacienta su rebaño. Para todos tiene una palabra de consuelo y de edificación.
De todas partes acuden las multitudes, ansiosas de escuchar la palabra de Dios. Muchas veces, la iglesia resulta demasiado pequeña, y el Padre Claret tiene que predicar en la plaza pública, desde uno de los balcones. Muchos no dudan en hacer un recorrido de muchos kilómetros, para escuchar su predicación.
Un día el Padre Claret se dirige a un pueblo situado en los primeros contrafuertes de los Pirineos. El camino está desierto. Sólo se oye el murmullo del arroyo. De repente, cinco hombres de aspecto siniestro le cierran el paso. El capitán de la banda, le grita: “Padre cura, prepárate para morir”. El Misionero les contesta con tranquilidad y dulzura: ”Voy a predicar al pueblo próximo, donde me están esperando. Dejadme cumplir mi ministerio y yo os aseguro que volveré.”

Acabado el sermón, el Padre Claret se presenta ante los bandidos. -”Amigos míos, os doy las gracias por haberme concedido el favor que os pedí. Aquí estoy a vuestra disposición”. -”Sí, señor cura, responde el capitán- estábamos dispuestos a matarle, pero su tranquilidad y su franqueza nos han desarmado. Lo hemos pensado bien, y hemos decidido cambiar de conducta.” Allí mismo se confiesan con el Misionero.
Su ilimitada confianza en Dios hace que jamás lleve dinero consigo. Sabe muy bien que el Señor no le abandonará. Con frecuencia, las personas que le encuentran en el camino, viéndole tan desprendido de las cosas de la tierra, le invitan generosamente a compartir sus modestas provisiones.
Sentado a la puerta del mesón, un campesino esta comiendo un plato de garbanzos cuando acierta a pasar por allí el Padre Claret. El aldeano adivina la situación del Misionero. “Buenos días, Padre. ¿Adónde va a estas horas? Haga el favor de sentarse, que hoy soy yo el que invita a almorzar”.
-“Señor cura, ¿quiere usted confesar a mi borrico?...” El Padre Claret se detiene y le dice con toda naturalidad al arriero: - “Déjate de bromas. No es tu burro el que necesita confesarse; eres tú…, que hace ya siete años que no te confiesas”. Al verse descubierto, el arriero queda mudo de asombro. Luego, se arrodilla allí mismo y confiesa sus pecados.