jueves, 5 de julio de 2007

CAPÍTULO VI

Digitalizado por Gabriela Castellino

-"¿Qué es lo que llevas en ese saco…?" Sin esperar la respuesta, uno de los bandidos se apodera del hatillo. Desilusión… No encuentra dentro más que un Breviario y unas mudas. Poca cosa, por cierto. Después de acosarle a preguntas, lo dejan en libertad.

Al cabo de siete días de camino, llega a la ciudad de Marsella. Tiene que guardar allí durante cinco días, la salida del barco que le conducirá a Italia. Durante su corta estancia en la capital de la Provenza, visita las iglesias, y en particular el célebre Santuario de Notre Dame de la Garde, que domina toda la ciudad.


Apenas el barco deja atrás el puerto de Marsella, comienza a soplar el mistral con toda su violencia. El "Tancredo" es zarandeado por las olas como una cáscara de nuez… en la proa del navío el Padre Claret reza u rosario. Bruscamente una enorme ola se abate sobre el puente y deja al pobre misionero empapado de la cabeza hasta los pies.

En el barco, la austeridad y el espíritu de sacrificio del Misionero edifica a todos los pasajeros, y en especial a un rico inglés que arrastra consigo un equipaje fantástico: pájaros, perros, gruesos baúles y numerosos criados…El buen turista se acerca al Padre Claret y le ofrece un puñado de monedas de plata. Tras cierta vacilación, el Misionero acepta el regalo. Pero es para distribuirlo enseguida entre los pasajeros menos afortunados.


Apenas llegado a Roma comienza las gestiones para inscribirse en la Propagación de la Fe. Como el personal está de vacaciones, tiene que aguardar un mes. Para aprovechar el tiempo, hace unos días de retiro con los padres Jesuitas. Le aconsejan que entre en la Compañía de Jesús. Así podrá realizar más fácilmente su deseo de ir a las Misiones. Gozoso ante aquella perspectiva, ingresa al noviciado.


Pero la divina Providencia tiene sobre él otros designios. A los cuatro meses de estar en el Noviciado, experimenta unos dolores agudos en la pierna derecha. Le trasladan a la enfermería y se estudia su caso. Lo cierto es que todas las medicinas que se le dan, resultan inútiles.


En una de sus visitas, el Padre General, que tiene una profunda intuición, le dice "Padre Claret, vuelva usted a España. Es esa la voluntad de Dios". Ante una decisión tan categórica, se somete y obedece. Hacia mediados de Marzo de 1840, lleno de resignación, abandona Roma y vuelve a España.

El Obispo de Vich, por su parte, se siente dichoso de volver a ver a aquel sacerdote que se ganó en otro tiempo su aprecio, y alienta su vocación de Misionero. Le encarga inmediatamente predicar en todas las parroquias de su diócesis. El 15 de Agosto de 1840 el Padre Claret inaugura, bajo los auspicios de la Virgen Santísima, la obra de las Misiones en las parroquias.

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