Digitalizado por Cecilia Canullo y Agostina Innocenti
En la plaza de la Universidad de Barcelona, varios autocares de turismo están listos para salir. Una voz anuncia: “ ¡Ocupen sus puestos. Viaje a Montserrat! ” Suben los últimos turistas, y los pulmans, totalmente llenos, se ponen en movimiento.
Pasados los primeros kilómetros, los autocares comienzan a subir la montaña. Finalmente, se detiene en la cumbre de la sierra. Es un lugar encantador. Allí entre murallas de roca, se alza, desde la Edad Media, un santuario consagrado a la Virgen de Montserrat.
Desde el borde de la montaña los peregrinos pueden contemplar el magnífico panorama que se extiende ante sus ojos. En la lejanía, sobre las primeras estribaciones de los Pirineos de destaca SALLENT. El río Llobregat lo atraviesa, poniendo en movimiento los numerosos telares que se encuentran en sus orillas.
En esta villa industrial nace, el 23 de Diciembre de 1807, ANTONIO CLARET. Es el quinto hijo de una familia de once. Dos días más tarde, el día de Navidad, mientras resuena el eco del canto de los ángeles, Antonio recibe el santo Bautismo. Para la familia el acontecimiento constituye un motivo de gozo extraordinario.
En el hogar paterno, Antonio manifiesta un carácter vivo y espontáneo. Muy niño aún, aprende a hacer la señal de la cruz y asiste con agrado a los actos del culto. Su padre, Juan CLARET, posee una fábrica de tejidos a orillas del Llobregat. Su madre, Josefa CLARÁ, vive consagrada a la educación de sus numerosos hijos.
En la escuela Antonio es un muchacho aplicado. Se distingue, sobre todo, en el Catecismo. A veces durante la noche se despierta sobresaltado. Acuden a su imaginación las explicaciones que ha oído sobre la eternidad: “Siempre…siempre…jamás…jamás! ”. Este pensamiento le taladra el alma. Y, lleno de angustia, ante la imagen espantosa del infierno, acude en fervorosa oración a la Virgen María.
Con frecuencia, acompañado de su hermana Rosa, se dirige a la ermita de la Virgen de FUSIMAÑA, situada en los alrededores de Sallent. Los dos hermanos recorren alegres el camino que sube zigzagueando la montaña. De cuando en cuando se detienen a recoger algunas florecillas para hacer un ramo y depositarlo a los pies de nuestra señora.
En el barrio, los chiquillos buscan su compañía. Nadie como él para animar sus juegos infantiles. A pesar de todo, sus mejores amigos son los libros. Las lecturas instructivas le llenan de gozo, le atraen, le subyugan.
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