domingo, 7 de octubre de 2007

CAPÍTULO XIII

Digitalizado por Florencia Gandía y Josefina Garignani

Organiza en todas a parroquias la CAJA DE AHORROS. El mismo redacta el reglamento. Funda ASILOS, que sean el refugio de lo ancianos pobres. Es sorprendente el cambio que logra con aquellos métodos, el Padre Claret. El gobierno español le manifiesta oficialmente su admiración y gratitud.

El Padre Claret levanta enérgicamente su voz para protestar contra los abusos, discriminaciones, y malos tratos que son objeto, a veces, las gentes de color. Un día reprende a un rico propietario que mal trataba a los pobres negros que trabajaban en su hacienda. Viendo que aquel hombre no esta dispuesto a cambiar de conducta, el Arzobispo intenta darle una lección.

Toma dos trozos de papel, uno blanco y otro negro. Les prende fuego, y pulveriza las cenizas en la palma de su mano. “Señor, - le dice al propietario, un poco desconcertado por lo que esta viendo - ¿Me podría decir que diferencia hay entre las cenizas de estos dos papeles?...Pues mire, ante Dios todos somos iguales. Para Él no hay ni blanco ni negro. Lo que importa no es el color de la piel, sino el color del alma…”

Más de una vez durante sus sermones, deja escapar esta predicción: “Muy pronto vendrán grandes terremotos que dejaran al país desolado. Dios se porta con nosotros como una madre con sus hijos perezosos que no quieren levantarse de la cama, a tiempo…Para impedir que sigamos durmiendo y sacarnos de nuestra pereza espiritual, nos va a sacudir violentamente…”

No mucho tiempo después, fuertes terremotos sacuden toda la isla. El agudo instinto de los animales, lo predice y señala. Los caballos se quedan como clavados en tierra sin que valga el látigo, ni la espuela para hacerles dar un paso. Los perros ladran siniestramente. Los pájaros, inquietos y asustados, lanzan al airea sus gritos penetrantes. De pronto se oye el fragor subterráneo.

La tierra tiembla y se resquebraja sacudida por el ímpetu brutal del terremoto. Se desploman la casa. Las gentes huyen despavoridas. La Catedral de Santiago queda también devastada. Solo se ven montones de escombros. Todo es desolación.

En medio del cataclismo, el Arzobispo regresa inmediatamente a Santiago. Todos saben que cuando el toca la tierra con su mano, se calma repentinamente el temblor. Pero apenas cesa el terremoto, otro azote, mucho mas terrible se abate sobre la isla: el cólera… Los hospitales se llenan de enfermos. El Arzobispo recorre las salas desde la mañana a la noche confortando y auxiliando a los moribundos.

Testigo de semejante heroísmo, todo el pueblo de Cuba proclama unánimemente las virtudes y la santidad de su Arzobispo. Y así, apenas circulaba el rumor de la llegada del Padre Claret, levantan a la entrada de los pueblos arcos de triunfo para recibirlo. Las autoridades, con una escolta de numerosos jinetes, salen a su encuentro a muchos kilómetros de distancia, para acompañar al Arzobispo en su entrada triunfal.

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