Digitalizado por Paula Castillo y Magdalena Videla (alumnas de 5to. EGB)
Sin embargo, no todo son triunfos y aclamaciones. La envidia y el odio se levantan contra el Arzobispo. Y le persiguen de mil maneras. Un día se enteran sus enemigos de que el Padre Claret piensa pasar la noche en un rancho aislado en pleno campo. Amparados por las sombras le prenden fuego. Por fortuna, el Arzobispo no está allí. Movido por una repentina inspiración, a última hora, decidió proseguir el viaje.
A pesar del fracaso, el enemigo no se da por vencido. En la iglesia de la ciudad de Holguín, la multitud escucha la predicación del Arzobispo. Al terminar la función, la gente se agolpa para besarle el anillo y recibir su bendición. Un desconocido, de aspecto sospechoso, se desliza entre la gente y llega hasta el Padre Claret. También él hace ademán de querer, besarle el anillo.
Pero, de repente, blande una navaja y le tira un golpe a la garganta. El Arzobispo apenas tiene tiempo de echar hacia atrás la cabeza y desviar el golpe, protegiéndose con la mano. La herida le ha desgarrado la cara profundamente, desde la oreja hasta la barba. La sangre brota a borbotones. El Arzobispo, más que de sí mismo, se preocupa de librar al asesino del furor de las gentes. Y agotado por la abundante hemorragia, cae desvanecido.
Tras un mes de convalecencia, el Padre Claret vuelve de nuevo a su trabajo. Los médicos le aconsejan en vano que no se fatigue. El Padre Claret les responde con una amable sonrisa: - “No se preocupen; yo soy como un perro, que apenas corre un poco saca la lengua, pero no se fatiga nunca.”
Sin tregua ni descanso, el Padre Claret, acompañado de sus misioneros, recorre misionando todas las parroquias de su Diócesis. Va dejando en pos de sí un reguero de propaganda. En un año ha distribuido gratuitamente más de 80.000 libros; 100.000 imágenes y estampas; 50.000 rosarios. Al cabo de unos años el cambio de costumbres en la isla ha sido tan sorprendente que con toda verdad se puede afirmar que Cuba es “ la Perla de las Antillas”.
Sin embargo, la Obra más importante que lleva a cabo el Padre Claret en Cuba, es la fundación del “Instituto de Religiosas de María Inmaculada para la Enseñanza”. Como su nombre lo indica, se dedican especialmente al apostolado de la enseñanza y a la formación cristiana de las jóvenes. Al frente coloca como Superiora a la Madre Antonia PARÍS.
Después de 6 años de estancia en Cuba, en los que no ha cesado de trabajar incansablemente, el Padre Claret recibe un mensaje del Nuncio de Su Santidad, rogándole que regrese a Madrid. Ha sido nombrado Confesor de la Reina Isabel II. La noticia produce verdadera consternación en toda la isla.
Llegado a Madrid, comienza las tareas de su nuevo y difícil cargo, con el celo y la discreción que le caracterizan. ”Este es el confesor que yo esperaba”, exclama la Reina. El Padre Claret no va a Palacio más que para cumplir estrictamente las obligaciones de su cargo: confesar a la Reina y dar Catecismo a los Infantes. Fuera de esas ocupaciones indispensables y de algunos actos solemnes que exigen la presencia de todos los altos dignatarios de la Corte, jamás se ve al Padre Claret en los regios salones.
A pesar del fracaso, el enemigo no se da por vencido. En la iglesia de la ciudad de Holguín, la multitud escucha la predicación del Arzobispo. Al terminar la función, la gente se agolpa para besarle el anillo y recibir su bendición. Un desconocido, de aspecto sospechoso, se desliza entre la gente y llega hasta el Padre Claret. También él hace ademán de querer, besarle el anillo.
Pero, de repente, blande una navaja y le tira un golpe a la garganta. El Arzobispo apenas tiene tiempo de echar hacia atrás la cabeza y desviar el golpe, protegiéndose con la mano. La herida le ha desgarrado la cara profundamente, desde la oreja hasta la barba. La sangre brota a borbotones. El Arzobispo, más que de sí mismo, se preocupa de librar al asesino del furor de las gentes. Y agotado por la abundante hemorragia, cae desvanecido.
Tras un mes de convalecencia, el Padre Claret vuelve de nuevo a su trabajo. Los médicos le aconsejan en vano que no se fatigue. El Padre Claret les responde con una amable sonrisa: - “No se preocupen; yo soy como un perro, que apenas corre un poco saca la lengua, pero no se fatiga nunca.”
Sin tregua ni descanso, el Padre Claret, acompañado de sus misioneros, recorre misionando todas las parroquias de su Diócesis. Va dejando en pos de sí un reguero de propaganda. En un año ha distribuido gratuitamente más de 80.000 libros; 100.000 imágenes y estampas; 50.000 rosarios. Al cabo de unos años el cambio de costumbres en la isla ha sido tan sorprendente que con toda verdad se puede afirmar que Cuba es “ la Perla de las Antillas”.
Sin embargo, la Obra más importante que lleva a cabo el Padre Claret en Cuba, es la fundación del “Instituto de Religiosas de María Inmaculada para la Enseñanza”. Como su nombre lo indica, se dedican especialmente al apostolado de la enseñanza y a la formación cristiana de las jóvenes. Al frente coloca como Superiora a la Madre Antonia PARÍS.
Después de 6 años de estancia en Cuba, en los que no ha cesado de trabajar incansablemente, el Padre Claret recibe un mensaje del Nuncio de Su Santidad, rogándole que regrese a Madrid. Ha sido nombrado Confesor de la Reina Isabel II. La noticia produce verdadera consternación en toda la isla.
Llegado a Madrid, comienza las tareas de su nuevo y difícil cargo, con el celo y la discreción que le caracterizan. ”Este es el confesor que yo esperaba”, exclama la Reina. El Padre Claret no va a Palacio más que para cumplir estrictamente las obligaciones de su cargo: confesar a la Reina y dar Catecismo a los Infantes. Fuera de esas ocupaciones indispensables y de algunos actos solemnes que exigen la presencia de todos los altos dignatarios de la Corte, jamás se ve al Padre Claret en los regios salones.